miércoles, noviembre 30, 2011

MAN Y SU PARAÍSO PERDIDO

EL AUSENTE I

Mi casa es esta piedra, ¡miradla!
este trozo de alambre o esta concha
que bordea la costa, aquí en Camelle. Poseo
la riqueza del hombre que desnudo
sin ropa se sustenta,
y esta luenga barba y estas ansias
de infinito en las manos.


EL AUSENTE II

Llegar como extranjero a estos azules
nebulosos de brumas, y encontrar
la extensión de mi cuerpo en la chabola,
la extensión de mis dedos
en esta piedra,
o en estas raídas conchas que anidan
mansamente en mi casa.
Abrazarme
a esa sola locura ya emprendida
de avistar
cual lilas las paredes, a ese solo
crepitar el silencio, el fuego, el delirio...
y fornicar
como solo fornican los ausentes.

Isabel de Rueda




Murió de melancolía. Nacido en Dresde, (Alemania) llegó a España en 1961. Los vecinos compraron flores y lloraron su esquelético cuerpo, el ayuntamiento de Camelle pagó su ataúd






Dicen que cada día corría 5 kilómetros y nadaba en las frías aguas de la costa de la Muerte






Cobraba un euro a los que quisieran visitar el estrafalario museo que había creado él mismo.

Le descubrí por casualidad, de esto hace dos veranos. Se trata de la historia de un alemán que estuvo afincado durante 22 años en Camelle, un pequeño y perdido pueblo coruñes situado en plena Costa de la Muerte.


Según me contó la dueña de una taberna cercana este hombre vivía solo -digo vivía-, porque hace ya unos años, en el 2002 que murió.


Vivía pegado al mar y lo hacia en una pequeña chabola de piedra de unos seis metros cuadrados que él mismo construyó con sus propias manos.


Vestía con taparrabos en cualquier estación del año, se alimentaba básicamente de lo que daba el mar y su máxima ilusión fue construir un museo al aire libre con todos aquellos desechos que el mar arrojaba; esqueletos de peces, conchas, alambres, piedras etc. que él iba modelando.


Museo al que dedicaría su vida. Pese a sus excentridades y su carácter solitario fue un hombre muy apreciado en Camelle, desde luego, que reconocido como un artista. Murió trágicamente a los 63 años de edad aquejado de una fuerte nostalgia, llamémosle, depresión. ¿La causa?, tiene que ver con ese desastre ecológico producido en España por el hundimiento en el 2002 de un barco petrolero llamado Prestigge que afectó además de a su museo, a toda la costa de la Muerte.


El museo que con su ingenio y sus manos, poco a poco fue contruyendo, decorando, llenándo de color, de pronto se vio salpicado, inundado por esa marea negra de muerte y destrucción.


Y así, viendo con horror todo su paraíso perdido, dicen que dejó de comer, de medicarse -padecía serios trastornos circulatorios- en fin, dos meses después del suceso lo hallaron muerto. La gente del pueblo dicen que murió de pena.


Esta pdodría ser la historia de un eremita, de un loco, de un romántico, de un artista, vete a saber... ¿Vino a España aquejado de un mal de amores? ¿Sería verdaderamente un hombre muy culto, perteneciente a una familia rica y noble como aseguraban algunos lugareños? ¿Un filósofo asceta? No lo sé. Una historia que no deja a nadie indiferente y que yo en esta ocasión he querido compartirla con vosotros por ser él quien motivara poemario que aún no ha salido a la luz.


Isabel de Rueda

































sábado, noviembre 19, 2011

Virginia Woolf












Virginia Woolf, excelente escritora y defensora a ultranza de los derechos de la mujer. Tras leer, hace como dos veranos, un libro suyo de relatos y su famoso ensayo "Una habitación propia" surgieron casi sin querer estos pequeños poemas.



A Virginia Woolf

EL HUÉSPED


Escaparse

de la sala común y con vigor

despertar al hambre o al desvarío.

Escaparse y saber

que el huésped que te habita es como un soplo

de luces y anaqueles,

un molino

más en estos campos o un nuevo rucio

en este ciclo de creernos eternos. Capitanes

de ínsulas perdidas entre los mapas

que golpean tu pulso. Un solo libro

donde escribir tu nombre.



EL HUÉSPED II

Tener un cuarto propio y pelear

hojeando diarios y novelas y biografías,

hasta llegar aquí,


con los dedos emborronados de tinta

y un hambre de milenio.

Tener un cuarto propio, escribir

los círculos y las sombras de aquel huésped

que vaga por las noches y que golpea

las puertas del poema.

Isabel de Rueda